Y allí estaba, una vez más, con esa ilusión del principiante que no es tal, porque sabe o anticipa lo que puede ocurrir. Si el camino tiene algo, una vez te has convertido en peregrino en otras ocasiones, es incertidumbre ilusionante, pues sabes que solo existe la posibilidad del crecimiento, aprendizaje y mejora de uno mismo ( si se va predispuesto a ello, como siempre).
Esta vez el motivo para ir, aunque fueran solo 4 días, era el absorber la energía, el espíritu y la inspiración necesaria para escribir un libro sobre la para mi, tan querida ruta. Aunque en el fondo, este no era más que uno de ellos, pues ese reencuentro conmigo mismo es algo que se ha convertido en imprescindible en mi vida, para tomar nota y constancia de lo importante, de lo que realmente me mueve, de lo que de verdad valoro.
Al tener solo 4 días, elegí la ruta Santiago-Finisterre, unos 90 km para hacer de domingo a miércoles. Curiósamente empezaba mi camino, donde en general se acaba, y ahora me dirigía al fin de la tierra, recuperando la tradición de las antiguas peregrinaciones paganas, pero que en el fondo siempre han estado imbuidas de la interiorización y trancendencia de las grandes corrientes universales.
Y una vez más, no me sentí un extraño pese a hollar por primera vez aquellos preciosos parajes. Maravillosamente, volví a tomar consciencia de los pequeños detalles, de las cosas pequeñas, del “aquí y ahora”, de sol, del verdor de los árboles y del campo en una primavera ya en plenitud…
Qué paisaje, y qué día!!! No pude sustraerme a meter los pies en un arroyo, recordando como en mi primer camino, me negaba tal posibilidad, en pro de cubrir los objetivos del día en cuanto a kms y horarios. ¡cómo han cambiado las cosas! Por lo menos, cuanto más, soy consciente de que el camino no es el llegar, sino la vivencia plena del próximo paso, de lo que ven tus ojos, de lo que siente tu piel y lo que te dice el corazón, aquí y ahora.
El camino me hace tomar contacto de nuevo con la naturaleza con toda intensidad. La lluvia, presente en buena parte de la ruta, se convirtió, contra todo pronóstico, en una amiga, con ese sonido peculiar, rítmico e hipnótico. Cuando estás en marcha, curiosamente, las adversidades meteorológicas pasan a convertirse en un acicate más de la aventura, y las integras como algo que enriquece el día, que lo da forma y lo hace especial. Ya sabes que andando puede suceder cualquier cosa, y la meteorología es algo que queda fuera de nuestra jurisdicción, con lo que a diferencia de la vida cotidiana, aceptas mucho antes que lo que ocurra, “bien ocurrido está”, ¡y eso incluye el acabar hecho una sopa!
Dicen que la vida en realidad, son momentos, y el camino, también. Y en mi experiencia de apenas 4 días, he tenido ocasión de vivir multitud de estos pequeños grandes momentos que hacen esta experiencia, diferente. Hay varios de ellos con los que me quedo:
Esta vez el motivo para ir, aunque fueran solo 4 días, era el absorber la energía, el espíritu y la inspiración necesaria para escribir un libro sobre la para mi, tan querida ruta. Aunque en el fondo, este no era más que uno de ellos, pues ese reencuentro conmigo mismo es algo que se ha convertido en imprescindible en mi vida, para tomar nota y constancia de lo importante, de lo que realmente me mueve, de lo que de verdad valoro.
Al tener solo 4 días, elegí la ruta Santiago-Finisterre, unos 90 km para hacer de domingo a miércoles. Curiósamente empezaba mi camino, donde en general se acaba, y ahora me dirigía al fin de la tierra, recuperando la tradición de las antiguas peregrinaciones paganas, pero que en el fondo siempre han estado imbuidas de la interiorización y trancendencia de las grandes corrientes universales.
Y una vez más, no me sentí un extraño pese a hollar por primera vez aquellos preciosos parajes. Maravillosamente, volví a tomar consciencia de los pequeños detalles, de las cosas pequeñas, del “aquí y ahora”, de sol, del verdor de los árboles y del campo en una primavera ya en plenitud…
Qué paisaje, y qué día!!! No pude sustraerme a meter los pies en un arroyo, recordando como en mi primer camino, me negaba tal posibilidad, en pro de cubrir los objetivos del día en cuanto a kms y horarios. ¡cómo han cambiado las cosas! Por lo menos, cuanto más, soy consciente de que el camino no es el llegar, sino la vivencia plena del próximo paso, de lo que ven tus ojos, de lo que siente tu piel y lo que te dice el corazón, aquí y ahora.
El camino me hace tomar contacto de nuevo con la naturaleza con toda intensidad. La lluvia, presente en buena parte de la ruta, se convirtió, contra todo pronóstico, en una amiga, con ese sonido peculiar, rítmico e hipnótico. Cuando estás en marcha, curiosamente, las adversidades meteorológicas pasan a convertirse en un acicate más de la aventura, y las integras como algo que enriquece el día, que lo da forma y lo hace especial. Ya sabes que andando puede suceder cualquier cosa, y la meteorología es algo que queda fuera de nuestra jurisdicción, con lo que a diferencia de la vida cotidiana, aceptas mucho antes que lo que ocurra, “bien ocurrido está”, ¡y eso incluye el acabar hecho una sopa!
Dicen que la vida en realidad, son momentos, y el camino, también. Y en mi experiencia de apenas 4 días, he tenido ocasión de vivir multitud de estos pequeños grandes momentos que hacen esta experiencia, diferente. Hay varios de ellos con los que me quedo:
- el conocer gente nueva todos los días, y entrar en una dinámica de confianza en brevísimo lapso de tiempo, a veces sin conocer siquiera el idioma. Al final, compruebas que la comunicación va mas allá, pero que mucho más allá que las palabras. Cuenta sobre todo, el querer comunicarse
- Los momentos de compartir lo poco que se tiene. Hubo un instante de este tipo, en la mañana del segundo día, en negreira, donde desayunando unas galletas, una manzana, un bollo, y una naranja entre un alemán de larga barba blanca, una chica austríaca con los zapatos rotos, y yo, viviendo el poner en común, sin importar cuanto y qué. lo fundamental es que lo hacías de corazón y lo tuyo no era más ni mejor. Sencillamente lo hacías, y lo vivías. ¡Un pequeño gran momento de humanidad!
- El ir en conversación contigo mismo, con mucha frecuencia, tomando distancia de tu cotidaneidad, y por lo tanto, siendo un observador de tu vida. Las reflexiones que uno se hace en tales circunstancias, realmente tienen un toque de ese ser sabio que llevamos dentro, y al que dejamos hablar pocas veces. Aquí, el entorno hace fácil que aflore y nos beneficiemos de sus valiosos consejos, que sobre todo, dan dirección (o por lo menos, a mi me la dan)
- Momentos de superación física, cuando la etapa se hace eterna; parece que después de la siguiente cuesta, se va a atisbar el albergue, el descanso, y lo único que hay, es otra cuesta. Y cómo uno se rehace, y sigue, y sigue, hasta que aceptas que llegarás cuando tengas que llegar, y desde ese momento, el disfrute de la ruta es completamente distinto
- El irte a dormir, y descubrir que ¡estás tan cansado que no puedes conciliar el sueño!. Aunque luego, pese a ese factor, más que estás rodeado de gente en el albergue, más que muchos roncan, más que la atmósfera esta cargada, acabas durmiendo, porque el cuerpo lo necesita. ¡Qué sabio es nuestro organismo, y que poca autonomía le damos para que haga lo que sabe hacer!
-
Un momento estupendo: cuando después de la lluvia, se abren las nubes paulatinamente y filtran los rayos de sol, creando un maravilloso efecto de luces y sombras, aderazadas por las gotas de agua, que dan al paisaje un efecto tal que te hace pararte a admirarlo, sin más
- La primera vez que ví el mar. La verdad es que es algo que no me había planteado nunca en mi devenir como peregrino (ya que se supone que la peregrinación acaba en Santiago), pero al ir ampliando horizontes, descubres también nuevas posibilidades. En este caso, al principio lo atisbas en lontananza, apenas visible entre las montañas. Pero cuando después de algún tramo infame de subidas, que no acaba nunca, de repente te alzas y ante ti se muestra el atlántico en todo su esplendor, te hace quedarte paralizado ante esa visión, esa magnificencia, ese contraste, ese azul interminable (el mar, de todas maneras, me fascina. El efecto en mi es fácil de causar)
- Y posiblemente, el momento más mágico del viaje: los albergues de peregrinos, a veces están regentados por voluntarios, a los que se llama hospitaleros, que le dan un toque muy especial al lugar. En este caso, en el albergue de Corcubión, viví uno de esos momentos que propician los hospitaleros de corazón, los que llevan la esencia del camino dentro, ya muy interiorizada.
Nos prepararon una cena, unos aperitivos, y nos reunieron a en torno a una mesa a todos los que allí pernoctábamos: gente de todo tipo, procedencia, edad, tamaño, lenguas… estábamos mezclados en esos pocos metros cuadrados australianos, alemanes, belgas, familias y parejas, peregrinos en solitario, de toledo, de valencia, de madrid, del país vasco…. Daba igual, en realidad, de donde fueras, en qué trabajararas, cuantos años tuvieras… lo importante es que eras una persona viviendo el momento de compartir con otras personas, de conectar, de comunicarte, de sonreir, de cantar, de vivir en paz, en definitiva, con respeto absoluto al que tienes enfrente, porque no le juzgas. Sencillamente, le aceptas.
Y esta magia es una de las cosas que más me llaman del camino. Descubrir que lo que cuenta es el ser, y no el hacer o el tener. Una vez más, sale a la luz nuestra mejor versión.
Y cuanto bien pueden hacer a la gente un par de buenas personas, voluntarias, y entregadas a la causa, que generan una atmósfera, un entorno, que nos implica a todos, nos involucra, y queda como un momento indeleble de nuestras vivencias. ¡Muchas gracias por hacerlo posible!
- Y los ratos de humor, de risas con otros, de creatividad, de conexión con uno mismo, de espiritualidad o trascendencia… que son muchos, muchas veces breves e intensos, pero que suelen ser fugaces y necesarios momentos de abrir los ojos a lo importante….
Cuando uno se dirige al camino, sabe con certeza que va a recibir mensajes, orientación, y que va a obtener aprendizajes. Y esto es precisamente una de las características que para mi lo hacen tan atractivo. ¿Y qué he aprendido en esta ruta de apenas 4 días? ¿de qué me he dado cuenta?
- por ejemplo, andando en la 3ª jornada, de repente, me hice la siguiente pregunta (valga la redundancia): “ ¿qué 3 preguntas han sido las que más importancia han tenido en mi vida hasta ahora?” Y me costó mucho decidirme, pero al final, como tantas veces, lideraron el ranking las primeras que me habían venido a la mente al principio (bendita intución y sabiduría interior). Y son:
-
¿Para qué?
¿Y por qué no?
¿qué pasaría en el peor de los casos? ¿Y qué?
Creo que todas están orientadas a dar sentido a lo que hacemos, y a trascender nuestros límites, que es algo que me apasiona.
- Me he reafirmado que las expectativas marcan mucho nuestro día a día, y sobre todo nuestras sensaciones de logro o fracaso (más bien estas últimas). En general, cuando te generas una expectativa y no se cumple, no sabemos gestionar adecuadamente ese desencanto, esa frustración, esa decepción…
Me ha ocurrido en este viaje varias veces, sobre todo relacionado con el llegar. Recuerdo el 3º día, cuando me repetía: al llegar al siguiente pueblo, me paro a comer (había perdido el plano, y yo no llevaba comida conmigo). Esta frase me la dije por primera vez a la una de la tarde. Y me paré a comer… ¡a las 18:00 h!!! porque antes, todo fue un subir y bajar montañas, hasta que arribé a Cee.
No insisto en que a medida de que mi expectativa no se cumplía, mas frustrado y hambriento me sentía… Mi aprendizaje fue que dentro de este mundo, si generamos expectativas, debemos también generar la máxima información veraz posible para asegurarnos de que esa expectativa es plausible (en este caso, haber consultado un plano antes de salir, y no dar por supuesto que habría pueblos en ruta); y por otra parte, también tenemos la opción de no generar expectativas, abrirnos a la experiencia, confiar en que lo que pase es lo que tiene que pasar, y aceptar los acontecimientos y adaptarnos a ellos. Me parece que esta es la más sabia.
- Que entras en una atmósfera de introspección, de conexión, de aislamiento deseado, que propicia, al menos en mi, un estado increíble de creatividad. No paran de venir a mi mente ideas estupendas, soluciones a retos o problemas, nuevas aventuras que emprender…. Creo que esto funciona sobre todo cuando en general en tu vida tienes un fin en mente, a cualquier nivel (profesional, personal, familiar, etc)
- He reafirmado el valor de las pequeñas cosas, puesto que allí es lo que tienes, contínuas pequeñas importantes cosas. Si no estás atento al detalle, te pierdes en realidad, el mensaje de la ruta.
- Que es difícil desconectar de nuestro día a día en tan poco tiempo (4 jornadas) pues me han venido a la mente continuamente temas de trabajo, de familia, de amigos…e incluso en algún momento me ha parecido que estaba en la oficina, resolviendo problemas vía móvil…. Si ya vas predispuesto a vivir otra realidad, y pese a eso, lo cotidiano influye tanto, no me extraña de que luego no sepamos interiorizar cambios y nuevos hábitos, porque todo lo que nos rodea, nos lleva a lo antiguo, a lo conocido, a lo cómodo. El entorno, y saber dominarlo, es clave para introducir mejoras en nuestras vidas…
- Pero sobre todo, he descubierto que pese a creer que en muchos momentos no desconectaba, me he llevado mucho aprendizaje inconsciente, del que me he dado cuenta más tarde. Este, para mi, es uno de los aspectos más fundamentales del camino y su magia: tomas conciencia de cosas cuando ya has vuelto, e incluso, mucho después del regreso. Y si yo he venido cambiado, como siempre que me ha ocurrido al peregrinar, en este caso, el cambio ha sido muy trascendente para mi:
He vuelto con la imperiosa necesidad de NO tener razón, de aceptar a otros, de respetarles; me he dado cuenta como nos influye decisivamente en nuetro día a día, en nuestro estado de ánimo, en nuestra calidad de vida, en nuestras relaciones; como desgasta esa necesidad de salirnos con la nuestra, que inversión en energía y esfuerzo el conseguir que los otros digan lo que queremos que digan, hagan lo que queremos que hagan, y al final, de uno u otro modo, nuestro ego confirme (que es quien realmente lo necesita) que teníamos la verdad e nuestra parte. Así que estoy en pleno disfrute del “no necesito tener razón”, y te puedo garantizar que merece la pena.
Si te decides a disfrutar de la experiencia del peregrinaje, hay una frase que me dijo Ana, la hospitalera de Corcubión, una experta y veterana peregrina, con más de 8 rutas completas realizados desde los pirineos: “no es lo mismo pasar por el camino, que el camino pase por ti”. Y te animo a que te abras a la experiencia, a dejar que el camino pase por ti, y que te sumerjas en la magia de esta aventura que es el principio de algo muy grande.
Gracias Josepe
ResponderEliminarMe siento profundamente agradecido al poder saborear tus reflexiones que suponen un excelente regalo e invitan a la acción
Un abrazo
Hola Josepe, gracias por compartir tus vivencias, animan a, por lo menos, entrar en el camino aunque el camino no entre en ti.
ResponderEliminarSi me permites una recomendación te diría que la próxima vez no te lleves el móvil y practica esa meditación andando en su totalidad.
Un abrazo
Fernando
Como me identifico con tus palabras Josepe he vuelto hace dos días del Camino y estoy todavía sumergida en el o el en mi, no lo se?, pero lo que tengo claro es que es una experiencia que hay que vivir al menos una vez en la vida.
ResponderEliminarBuen camino.
Laura (bailarina).