Hace un par de días la preocupación me asaltó bastante. Estuve hablando con una pedagoga infantil a cargo de un grupo de preescolar (de 3 a 4 años) y me comentaba que los principales problemas que tenían los niños es que comparado con hace unos años, hablan y sobre todo escuchan mucho peor. En cuanto al tema de la escucha, no es que escucharan peor, es que no escuchan casi nada, que está combinado con la incapacidad cada vez más manifiesta de prestar atención a algo. Además, parece ser que es una opinión bastante general dentro de los profesionales del sector.
¿Y cual es el motivo principal de que esto suceda? Pues para variar, y como es lógico, el origen está en casa. Según me comentaba, tenemos tan poco tiempo para dedicar a nuestros hijos, que cuando llegamos de trabajar, normalmente tarde, nos da tiempo para saludar,deberes, baño, cena, cuento rápido, y a la cama. No les dedicamos tiempo a escucharles, a preguntarles, a que hablen, a que se expresen, con tiempo, con paciencia…. No les escuchamos, y ellos no aprenden a escuchar.
Nos toman como referencia, por supuesto: nos ven deprisa, y van deprisa; nos ven cambiando nuestra atención de un sitio a otro, y ellos la cambian; ya no se trata de que les dediquemos más tiempo (ojalá): es que además, en el tiempo que estamos con ellos, en realidad, ¿Dónde estamos? ¿Dónde está nuestra mente? Posiblemente, bastante lejos del aquí y ahora con nuestros hijos muchas veces. Además, anímicamente, ¿Cómo nos sentimos al llegar a casa? ¿cansados? ¿enfadados? ¿necesitados de atención, nosotros? Como para prestar atención de calidad a nuestros retacos, que son muchas veces grandes “probadores” de nuestra paciencia. Y cuando por la tarde, o noche ahora, llegamos al hogar… ¿vamos sobrados de paciencia, que es lo que les hace falta a ellos? Básicamente no.
La propuesta es que aunque estemos poco tiempo (y esto no significa que no intentemos montárnoslo para estar más rato con ellos) ese tiempo sea de plena atención, donde ellos cojan el protagonismo, y que estemos al 100% aquí y ahora. Les debemos, al menos, eso. Me preocupa que estemos creando una forma de vivir, un sistema social, donde esto ocurra, y básicamente, ni pensemos en las consecuencias que está teniendo, y sobre todo, que ni nos cuestionemos que es nuestro deber cambiarlo, y no aceptar “porque sí” que es el modelo menos malo.
Me dan igual otros modelos: si este no funciona, debemos empezar a cambiarlo, pero ya. Y ¿por donde empezar? Pues por ejemplo, por mejorar, aunque sea, la calidad de la atención a nuestros hijos.
Josepe, tienes mucha razón, estamos perdiendo la capacidad de ser modelos a imitar,porque más que personas parecemos "autómatas". A nuestros hijos les miramos sin verles,les oimos sin escucharles y nos perdemos unos años que no vamos a poder recuperar jamás...
ResponderEliminarTe felicito por esta reflexión, y por lanzarnos tan importante reto.
Mi abrazo para ti
Sara Cobos
Coaching Familiar.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Josepe.
ResponderEliminarTal vez deberíamos fijarnos en la calidad de nuestras "presencias" y así podríamos estar mas centrados, abiertos, atentos, conectados y mantendríamos nuestra energía con nuestro entorno, para poder fijarnos en "ser" en vez de ocuparnos en el "tener",... tu ya me entiendes,...
Un abrazo grande